En un hermoso palacio, en un tiempo muy remotamente antiguo,
donde las hadas aún eran conocidas amigas del hombre, y el hombre amigo del
caballo y del perro, amante de las armas blancas e inexperto para las de fuego,
esta historia sucede en esta época, en la noche, sí empieza con la salida de la
luna, con las sombrías palabras de una desagradable bruja, que cuya fama de
vidente siempre acertada, hizo que sus predicciones sean escuchadas hasta por
el mismísimo rey, el hombre sentado en una silla de poca monta, en una pocilga
llena de ratones, que a juzgar por la maniaca era fácil de creer que eran
mascotas o al menos ingredientes para sus pócimas, en la posada solo estaba la
mujer, el rey y un heraldo a forma de escolta, algo muy simple, para una
estadía de confianza dentro del mismo reino.
— Ahora lo veo, sí todo está muy claro Talía, la niña corre
un peligro, peor que mil maldiciones —decía la balbuceante vieja.
—No, porque ella, mi
amada hija, como es posible que alguien quiera hacerle daño a una bebe, que
culpa tiene ella, yo quiero cargar el peso, no me importa cómo, dime como
impedirlo — reclamo el monarca en total desesperación.
—Lino, no permita que ni un ápice, hilo de lino entre a su
palacio mi majestad, porque si su hija llega a envenenarse con una aguja
enhebrada a un hilo de lino, la niña pasara el resto de su vida sumergida el
más profundo sueño, sin envejecer un día, hasta que despierte, quizás su
tierras no sea más que polvo del pasado —
El rey se levantó, con un carácter severo y con una sola
idea en la cabeza, nada de lino, toda tela que fuese de ese material sería
quemada, el monarca estableció su ley de carácter absoluto, lo cual aunque sus
súbditos lo tomaron como una excentricidad, acataron sin chistar, nadie en el
reino portaba nada que fuese lino.
—Quizás, maléfica no sea del reino, aunque con mis
advertencias bastan, para cuando la princesa duerma, lo más probable es que yo
me halle muerta, así que no será mi problema, lo siento rey pero no hay manera
de advertirle, ojala no suceda — pensaba a sus adentros, la anciana.
Durante muchos años, después de muchas reglas para impedir
que el lino fuese si quiera a estar a un kilómetro de la princesa, Talía creció
como una hermosa chica, una joven de unos 19 años apenas cumplidos, la princesa
era la mujer más bella alrededor del imperio, el rey el hombre más honesto
aunque siempre angustiado por su niña, cuidando que ella siempre tuviese lo
mejor, siempre y cuando no sea lino.
La princesa tenía por costumbre llevar flores a su madre que
yacía en el cementerio real, afueras del reino aunque era muy cerca, lo hacía
en la soledad de su reflexión y propios pensamientos, era una chica muy
sencilla para ser princesa, vestía con finas telas, pero de pocos detalles, su
color favorito era el blanco pureza, y tener bordados al final del vestido, sin
mallas complejas, era algo provocativa,
pero dado que andaba sin guardias y más comadronas, no era algo muy notable y
menos decoroso.
La joven saltaba feliz entre prados verdes, caminos hechos
de piedra, y otras arquitecturas feudales, hasta que llego a la lujosa tumba de
su madre, aunque de la reina se puede decir que era una mujer benevolente no
pudo conocer a su Talía, a su única hija, por los cuentos que cruzan en la
corte, la princesa sabía que su madre era una mujer muy correcta y hasta
bondadosa, lo único que no gozaba de la mejor salud, a muy pesar de que tan
bella flor marchita como sin agua haber tocado, cayo la reina el mismo día del
nacimiento de Talía, la tragedia no podía traer recuerdos a la princesa así que
la joven propicia nada más que devoción para su madre.
Mientras Talía con sus rosas, claveles y margaritas adornaba
la tumba de su madre, la joven miro lo que traía en su bolsillo trasero, el
zurcido que traía para su madre estaba un poco dañado, una línea ubicada al
centro del circulo de su adorno, el pequeño detalle no podía quedar mal, la
princesa se fue en busca de hilo y una conveniente aguja para arreglar su
regalo, pero en vez de ir a palacio por tales cosas, miro que tras los bosques,
había un río, quizás algunas plebeyas estén cosiendo su ropa, y con suerte
ellas tendrías los colores que necesitaba, aunque igual no tenía nada perder,
pues el viaje era más corto en comparación a ir a palacio.
En el río no había
persona alguna, ni un rastro de alguna comadrona, señora, o súbdito, la joven
se entristeció un poco, pero en una piedra que seguramente era usada para
lavar, estaba curiosamente un dedal donde se encontraba un hilo ensartado en
una aguja, la muchacha tomo el dedal, y grito muy fuerte: ¡hay alguien aquí!,
pero ni el viento hacia acto de presencia, la princesa se levantó y se dispuso
a coser la parte que le faltaba, para
ella el hilo le resultaba muy extraño, era el color que necesitaba, pero era
muy diferente, como de un material desconocido para ella.
Tras terminar su bordado, la joven con sus dientes corto el
hilo, pero sin tomar mucho cuidado y en su apuro, se pinchó con la aguja, y el
mismo instante la bella joven se desplomo, con la rubia cabellera y el resto en
el suelo, termino por darse su destino.
Un guardia que casualmente paseaba por ahí, buscando un
arándano para comer, noto que la princesa yacía en sueño, quizás desmayada,
quizás moribunda, el soldado corrió con todas sus fuerzas y trajo a la joven
ante los médicos reales, que nada pudieron hacer frente a la maldición, al
llegar los oídos del rey, la noticia le dejo como era de esperar anonadado,
frustrado, y con una pena que ni un monarca resistiría, lo único que como padre
podía hacer era ir a ver su hija, con el alma hecha pesados solo atinaba a
preguntar.
— ¿Dónde la hallaron? —Cerca a la tumba de la madre, en el
rio — respondió el guardia.
—Lino, el hilo era de lino, como es posible, debe haber un
culpable — no, señor, no había nadie en el lugar, tal vez el material llego de
rio arriba —
— Desde las sombras, desde los demonios, la señora que
predijo esto, hoy está muerta, lo hecho, hecho esta, tomen y copien mis
instrucciones — refiriéndose a los escribas reales.
Ordeno con mucho énfasis, poner en una cama tradicional,
pero recubierta de cristal, para conservar a la princesa, ella despertaría
algún día, de alguna u otra manera el rey tenía esperanzas, algún medicamento,
una cura, magia negra lo que fuese, para despertar a su hija, durante lo poco
que le quedo de vida, dedico todos sus esfuerzo a encontrar lo que nunca
encontró, el reino cayo en depresión, sin herederos, sin aliados estratégicos,
sin rey, la opulencia del lugar paso a
ser un falso recuerdo, y la princesa media muerta, media dormida permaneció
intacta durante todas las revueltas sociales, pues nunca nadie olvido de
trasmitir el verdadero mito de la bella durmiente.
Durante más de ochenta años, sin murmullos y con lo que el
reino se dividió en dos, dejando el palacio desierto y formando consejos
administrados por personas de confianza, elegidas por ellos mismo, dos nuevos
feudos nacieron, las noticias del lugar
se esparcieron a varios reino, hasta que un joven príncipe llego a resolver el
dilema.
—Vengo por las tierras del antiguo rey, vengo a traer paz y
prosperidad —dijo el muchacho.
Tales promesas, sonaban descabelladas, pero bajo un manto de
protección y halo de fe, el joven se hizo del poder sin guerras, ni problemas,
simplemente con apoyo unifico nuevamente el reino, trajo prosperidad con
mercaderías, y haciendo intercambio entre su reino y este, que aunque lejano,
con la buena fortuna y entusiasmo de su lado, en cinco años, hasta los tristes
y apenados bufones, brillaban radiantes y alegres, campesinos más trabajadores,
y súbditos más que leales.
En su larga estadía el príncipe escucho la historia del
palacio, que en el cuarto más recóndito del lugar, estaba la heredera, la joven
sumergida en el sueño profundo, la bella y apagada durmiente. La historia trajo
algo de curiosidad al muchacho, y tras su gran labor, los herederos de los
escribas reales, dieron la llave al príncipe.
El hombre entro al cuarto, en cuanto la vio, no podía
creerlo, la joven vestida en una fina trasparencia de rojo carmesí, protegida
por un cristal y muchas raíces y polvo del tiempo, pero ella tan inmaculada por
dentro, el joven no pudo evitar abrir el cristal, con mucha fuerza y apego, lo
consiguió pero su valentía no podía simplemente terminar ahí, durante muchos
días el regresaba a verle, abría el cristal y se esmeraba por despertarla,
intento de todo, hasta una cachetada, echarle agua, hasta que una idea paso por
el, la joven era tan hermosa e indefensa, tal vez el amor le despertaría, y una
noche mientras la luna aullaba, el joven la beso, pero para su sorpresa nada
ocurrió, triste el joven no regreso, hasta que después de un mes, no podía
dejar de verla, ella tan hermosa, tan
vibrante, pero tan sólida y fría, tan tersa, tan exuberante, tan falta de
calor, con tan suave piel, tan bellos pechos, tan dulces labios, tan excitante,
tan..., tan....
Así ocurrió, el príncipe no pudo resistir a sus instintos y
a la durmiente le dio una noche caliente, aunque ella ni gimió ni suspiro, el
príncipe loco de pasión, hizo el amor, su primera vez fue con ella, la profunda
dormida, la joven tan preciosa.
Aquel hecho puso de mucho bochorno al caballero, que aunque
en tan cobarde acto, pensó que solo era algo de mal gusto, que nadie debía
enterarse, decidió volver a sus tierras unos meses en busca de sus padres, y
nuevos aires.
Paso un año y el regreso, tan radiante como siempre habiendo
superado sus caprichos y hecho más hombre, más culto, pero siempre tan
entusiasta, el pueblo le miraba con angustia, aunque le recibieron con alegría
estaban todos algo preocupados, el medico del pueblo, el más honorable le dijo
la noticia.
— Mi lord, usted es ahora rey, es padre de dos mellizos, de
un niño y una niña —
— ¿Cómo es posible? —
cuestiono en joven con mucha preocupación y con algo de terror en el rostro.
—Señor acaso usted, se atrevió a..., no le cuestiono, pero
ya está hecho, tiene herederos —
La noticia aunque al principio no fue bien vista por nadie,
ni un súbdito, plebeyo o campesino se atrevió a cuestionar al ahora rey, casado
sin más con Talía, y ahora padre, dado que la madre estaba dormida, los nombres
los escogió el.
—Sol y Luna, son mis hijos, sol será un valeroso príncipe y
un gran guerrero como yo, digno de su pueblo, y Luna tan dócil y bella como su
madre — dictamino el noble.
Y paso, un lapso de apenas unos años, durante la prosperidad
palacio era otro, más bellamente embelesado, más adornado, todo para criar de
lo mejor, a los nuevos herederos, que eran cuidados y alimentados por finas
mujeres de la corte real, pues la madre aún no se despertaba.
Pero los días pasaron
y al fin sucedió, la bella durmiente despertó de su profundo sueño, después de
largos cien años, el mundo había cambiado, pero ella ni una pizca, era la misma
joven de diecinueve años, pero al fin libre de su maldición, o es que los
felices por siempre, deben existir en las mentes de los bellacos y simples.