La época era la del mundo de los
valientes, donde los hombres usaban espadas y las mujeres decentes estaban en
casa, las que no, trabajaban en las cantinas, lo rustico del paisaje mezclaba la mitología, filosofía, religión pero más que nada los ecos de guerras.
Muchos pueblos rodeaban las
fronteras del castillo, era el reino de una era en la que era mejor ser esclavo
a que ser un hambriento sin patria, el cielo era hermoso, lo suficiente como
para poder vivir debajo de él, la tierra era tan cálida, tanto que morirías por
ella, los contrincantes eran aguerridos y despiadados, pero no tanto como para
unirse cuando una temible bestia asolaba un pueblo y porque no decirlo, tal vez
todo el reino.
Los nobles a duras penas salían
del castillo a recordarle al resto que existían, pero no la hija del rey, la
princesa Dalia era otra nota en esta lúgubre canción, esta apenas joven de
dieciocho años, más bella que la paz misma pero más rebelde que ebrio en bar a
punto de cerrar.
Locura, apenas el oír su
estruendoso rugido, la paranoia era la nueva ley, ni los actos más atroces de
los hombres más corruptos, ni el tirano, ni el mismo infierno era así de
temible, cuando sus cuatros patas posaban la cumbre de los risco, los aldeanos
temblaban, pero cuando sus alas enormes revoloteaban en la llanura de sus
campos, lo más inteligente era recurrir al suicidio, los pocos estúpidos en
ayuda de los bárbaros más sucios que en comparación de cuando el animal no
estaban eran los más aniquiladores, a su lado solo eran hombres peludos
temblorosos.
Nunca ha matado a ese dragón, y
dado que son inmortales, lo único que podían hacer para alejar las llamas era
pues disparar con todo, cansarlo lo suficiente para que se sumerja en su
letargo lo cual para su suerte duraba diez años, no era paz, pero en
comparación a la tragedia que vivían cuando el dragón llegaba, era mejor, mucho
mejor y nadie se habría opuesto a este concepto.
La princesa había vivido esto,
solo que ella a duras penas lo recordaba, era una niña, pero ella había
escuchado las historias o mejor dicho pesadillas, como las rocas temblaban como
queriéndose esconderse, los campos se movían de un lado a otro, tratando se
desraizarse, o las aves huyendo inútilmente.
Pocos guerreros eran recordados
por sus nombres, no había más que un par de placas conmemorativas, no eran
capitanes, solo un par de “héroes” que lanzaron de alguna catapulta un golpe de
gracia, solo uno era el hombre que se abalanzo con su espada sobre el cuello
del monstruo, le rajo lo suficiente como para deshacerse de él buen tiempo, su
placa era de oro y lo valía, fue el único que sobrevivió tan cerca, se hicieron
canciones de sus hazañas, se seguirán haciendo hasta el fin de los días, porque
un loco con tanta fuerza y braveza debe ser recordado para darnos valor, para
recordarnos que cuando el mal emerge nuestros corazones no van sucumbir hasta
estar lo bastante chamuscados.
La princesa estaba de visita en
el pueblo, era una hermosa primavera, los días eran soleados muy cálidos como
invitando a los temerosos pobladores a por fin en mucho tiempo se sientan
seguros, sin dragones o guerras, al menos no por esa semana, la princesa estaba
caminado por el pasto es que su vestido se lo permitía bastante, saludaba a los
aldeanos al igual que ellos le alzaban la mano contentos de verle, sin
vigilante o protección, puesto que los cercos y los puestos de vigilancia era
más que efectivo a cualquier adversidad o contratiempo.
La princesa quiso mirar más allá
del muro para ver un poco los exteriores, los guardias que estaban en sus
puesto, aconsejaron que no era buena idea, pero dado a la alianza con los
grupos bárbaros no era algo descabellado salir, le aconsejaron que marchara con
un par de guardias reales, pero ella se opuso argumentando que no era necesario
dado que solo sería un paseo cerca de una montaña rocosa, aunque no se puso
terca o algo por estilo, decidió ir con un par de guerreros de baja, puesto que
lo más peligroso que podía encontrarse era un zorro de montaña o una ave con
muy mal carácter.
Partieron a las tres de la tarde,
el camino era un poco intricado al llegar a la montaña, el clima parecía otro
en ese lugar, era caliente más de lo normal, aunque pequeñas rocas resbalaban
de la cima, no era un problemas que al llegar a donde estaban marchando solo
eran polvo, el vestido de la princesa Dalia estaba rasgándose un poco, por lo
que la chica hizo el trabajo más simple, con sus dos manos rompió una abertura
de su parte inferior teniendo así más movilidad en sus tonificadas piernas.
Pasaron una hora, los guardias al
ser de baja no llevaban mucha armadura, más que una espada y un escudo de
madera heredado de algún ya fiel soldado. Aunque ellos estaban mostrando leves
signos de cansancio la joven hermosa prefería avanzar un poco más hasta que vio
esa enorme entrada, algo de tamaña dimensión tenía que albergar algo muy
interesante.
La princesa ni corta menos
perezosa avanzo tan rápido como pudo hasta la entrada de esa enorme cueva que
parecía ser profunda hasta que un enorme crujido la detuvo, los guardias se
aproximaron tan pronto escucharon eso, para apartarla y poder regresar, pero
ella no pensaba de la misma forma.
— ¡Oh! ¿Qué ha sido eso?, debemos
entrar, tal vez pueda ser… —
— Mi dama, puede ser la cueva del
dragón, no podemos investigar, no significa lo que terrible que puede ser esa
bestia —
— No estén tan inseguros, puede
que este dormido, podríamos matarlo, es la oportunidad que ustedes consagren
sus nombres —
— Pero es mejor que no lo hagamos
nosotros, unos simples soldados de baja —
— Sus espadas son apenas
forjadas, ustedes no son principiantes, han participado en contiendas ya,
además que tan difícil puede ser matar a un ser dormido, es su oportunidad de
venganza, acaso no creen que es correcto —
— Majestad, hace años lo perdimos
todo, somos huérfanos en esa época sin más opción que ser soldados o unirnos a
los bárbaros, esta vez, nos ofrece devolver el mundo la justicia, quiero con
toda la rabia que guarde durante mi pobre vida, pero yo recuerdo al dragón y
con gusto le diré, que matarlo nunca va ser sencillo —
— No, entonces yo hablare con él,
tengo entendido que puede ser un ser pensante, no es más que un ser
atormentado, y ustedes pagaron a consecuencia de su dolor, ustedes puede que
sean unos de las muchas víctimas, yo quiero y voy a lidiar con el tema —
La princesa, ordeno que ellos
aguardasen en la entrada por si ella los necesitaba para poder fugar, además
les dijo que si no era el dragón ella saldría más rápido que pronto, les juro
que de poder hacer nada, ella se ofrecería de tributo, y aunque sus palabras
era ley los jóvenes guerreros intestaron de todas las formas de que ella no se
embarcase en tal aventura.
Para Dalia era explicaciones de
lo más errada, su intención digna de ser escuchada, tenía que ir a por esa
bestia, ella estaba metida en costura de que ese ser era lo suficiente inteligente
como para no comérsela, además de su voluntad férrea no tenía nada más que fe
en ella misma, esperando no tener la muerte lenta que los otros procesaban.
Paso a paso, ella era una mujer
más que valiente pero tampoco es que fuera insulsa, su presión arterial
aumentaba con cada paso, su corazón latía como bote donde se hace la
mantequilla, y estaba hecha toda un manojo de dudas, la cueva era muy oscura y
su antorcha que recibió de parte de sus cuidadores no le daba luz más allá de
dos pasos, para cuando ya estaba tan adentro que no podía ver la entrada de la
cueva, comenzó a sentir un viento aunque suave lo bastante potente como para
sentirlo en su cara.
Estaba tan asustada como para no
dar un paso más. Espero a esperar otra leve ventisca, pero esta no llegaba, tal
vez solo tal vez el enorme engendro malvado había vuelto a reposar, cuando se
sintió que estaba lo bastante dentro de la cueva, miro lo enorme que era por
dentro, lo grande e imponente que era el lugar, ella soltó un par de palabras
que rebotaron con un eco no muy estruendoso, tenía que ser paciente, pero
estaba comenzando a creer que no había nada más que rocas en la cueva, entonces
se escuchó un leve rugido, estaba la bestia en el lugar, solo había aguardado
hasta que libero sus llamas incendiando un enorme madera como un candelabro muy
primitivo poco elaborado dejando ver su negro color y todo su temible aspecto.
Afuera del lugar los soldados
sintieron unos temblores que le sacudió el cuerpo, aunque por órdenes solo le
quedaban aguardar para llevar lo que ellos pensaban con suerte el cadáver
quemado de la princesa, alistando sus cuellos para la ahorca, dentro de la
cueva, una maquiavélica sonrisa de un monstruo, sus enormes ojos parpadeaban mirando
fijamente a su objetivo, lo suficiente mente poco conservador para venir a su
casa.
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