jueves, 22 de mayo de 2014
domingo, 18 de mayo de 2014
La Rosa en su prisión de cristal
El frío
asomaba como cada semana en esta época del año, era un par de meses antes de
otoño, la lluvia se veía que había craquelado el invernadero, la delicada flor
de color rojo característico, con sus populares espinas, su marcada ramas y
contornos, llamada Phyllis Bide o conocida como simple y llanamente Rosa.
Pensativa,
agitando sus delicados pétalos, no era capaz de
encontrar lógica a sus arriesgados razonamientos: Estoy viendo esas margaritas
tan chismosas, a esos claveles fingiendo que son los más fuertes, hasta ese
fruto de tomate se ve tan feliz incluso él, que se ve tan solo, mira su
expresión sí hasta se pone rojo el muy desgraciado y nadie le presta atención.
A dos
mesas de ella estaban varias flores, en la izquierda las que en
la noche saludaban y en la derecha las durmientes, Rosa no sentía ni la
temperatura, apenas un pequeño agujero en la parte superior de su recipiente transparente.
— Estoy
muerta — pensó Rosa. Estaba en un cristal, creyó que era su tumba, pero luego
se avergonzó, porque sí de verdad estaba muerta entonces el seguir viendo a sus
compañeras del invernadero sería ridículo.
— Estoy
enferma tal vez — contraponía a su anterior idea la bella flor mientras se
miraba todas las ramas hojas, espinas, hasta el último pétalo y su anverso que
apenas llegaba a ver.
— Claro
fijo tengo algún bicho o esas pestes raras — pero entonces se preocupó, creyó
que estaba en tal vez sus últimas horas, estaba tan asustada que intento
agitarse, de un lado para otro, tumbo y tumbo, pero sin retumbo.
Como
teclas del piano, Rosa se deslizaba en un baile melódico y trágico, imaginando
porque había despertado en una cárcel de cristal, sin chance a despedirse o a
dejar el ultimo polen fuera, para seguir con su línea sucesora apoyado por una
abeja, pero ni eso, ni testamento, ni reparto de tierra, aunque le habían puesto
en una maceta decente, ella quería echar raíz en donde ella había nacido, no conocía
más, era su mundo, era su lugar en el orden natural, pero aquel desalmado que
se atrevió a conjeturar que hacerle eso era algo admisible.
— Mira
un colibrí, amigo, tú el que de las alas multicolores, ¡ayúdame! — grito hasta
que… silencio.
— Deja
de agitar esas alas, por favor, acercarte, ¿no sé cuánto me quede? — fueron sus
palabras hasta que el colibrí lo noto, inflo su pecho azul, voló a la altura quedando frente del cristal.
—
Señorita, está bien, que le pasa, apenas pude oírle, no puedo dejar de aletear sería
mi fin, que es lo que desea tan conservada flor —
— Por favor,
no te vayas, estoy apartada de mi hogar, por este cruel vidrio, creo que es mi
fin, de esta noche no pasare, quiero que me acompañes, me siento tan sola, veo
el mundo, pero las flores no dicen nada de mí, ni los frutos, o los enterrados tubérculos
—
— No se
preocupe, usted tiene que entender que debo moverme sino sería peligroso, pero
lo que sea por usted, una bella flor a punto de perecer, me da tanta pena, no
le conozco pero no quiero perderla, dígame ¿qué tiene? — pregunto el volador.
— Ni la
menor idea, de cual sea mi enfermedad, pero estoy segura que es terminal, me apartaron
sola sin más, mi rosal es ese del fondo, mis hermanas no pueden ver, no tengo
mensajes para ellas, yo solo no quisiera aumentar más su dolor —
— Tenías
amigos en este jardín, sé que no se pueden levantarse a ver, parece que no te
notan —
— Pues
no estoy segura, son ellos, solo les importa florecer y estas felices, no ven
más allá de sus pétalos o frutos, y también el hecho que yo sea algo tímida tal
vez, pero eso no los justifica —
— No yo
lo sé, espera daré un giro — voló dando una pequeña vuelta a la mesa blanca
donde ella estaba — Pero bueno yo me llamo col, sí solo col, seré tu primer
amigo, con déficit de atención cierto, pero de sentimientos sinceros — decía
col, dando giros y mortales aéreos mientras pillaba.
Pasaron
largo y tendido hablando de la vida, de las estrellas que ella nunca había
visto, de los amores que col nunca hallo, de lo platónico, de lo real, de lo
posible y de lo tangible, del más allá y que esperar cuando era el fin, de la
esperanza y de lo frágil de lo se puede ser, de la fuerza de uno mismo y como
es más fácil si uno tiene alguien más, prácticamente cada tema que col y rosa
tuviese opinión sin importar si fuese o no la correcta ellos solo querían compartir.
La hora voló tan ágilmente como las alas del colibrí, la estaban pasando tan
bien, hasta que Rosa mira el primer rayo del sol.
— Col,
ya es mi momento, no me queda mucho, no me quiero ir, ayúdame no sé cómo hacer
esto, contigo he descubierto que quiero dar un significado a mi existencia así
sea mi último aliento —
— Rosa,
mi linda y agonizante flor, recita conmigo:
Él: Pasos cortos, respira
profundo
anímate, todo estará bien
Ella: no puedo, estoy triste
Él: ármate de valor
Ella: estoy triste, sin palabras
Él: me quedare aquí, te esperaré
Ella: mi mundo dejara de ser,
La luna es todo lo que poder ver
Él: yo solo te pido que vueles
conmigo
Ella: las estrellas se desvanecerán
el cielo se vaciara, no importa
ya
Él: contigo a mi lado no ira mal
Ella: contigo a mi lado, no puede
ir mal
Y un
silencio banal rodeo el lugar, el cambio entre las dormilonas y las que
funcionan de día comenzó, era un lapso de apenas unos minutos, el colibrí decidió
no mirar el final de la escena, y Rosa ya había cerrado los ojos.
Entonces
en el cuarto acto, cuando las luces se apagan, en este caso para dar paso a la
natural, entra el dueño del jardín, mirando con ternura a su rosa, la flor que encerró
en ese gélido cristal.
— Ahora
mi hermosa niña, estas lista para el jardín principal, es hora de que las
estrellas te sonrían al ver tu radiante belleza —
Desde
afuera col hacia una pequeña mueca con ese corazón que late dos mil veces por
minuto, incluso a ese ritmo el sentía una lenta pero profunda alegría al saber
que el final de esa noche, era el principio de una nueva vida para la rosa que
el auxilio sin conocer, pero queriendo, logro aquello que a veces nos pasa una
sola vez, con suerte, llegar en el momento exacto.
lunes, 12 de mayo de 2014
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